Disputa entre Armenia y Azerbaiján.Es un enclave armenio en Azerbaiján. Entre 1989 y 1994 los enfrentó una guerra. Aún hay varias zonas en ruinas.
Stepanekerth, Nagorno.
Enviado especial
La boscosa República de Nagorno Karabaj es un imposible geopolítico. Ninguna nación en el mundo la reconoce como tal salvo el puñado de sus 150 mil habitantes. De modo que no hay forma que exista hacia afuera de sus mínimos 12.000 kms. cuadrados. Este curioso país más pequeño que el partido de La Matanza, está unido por una ruta como un cordón umbilical a Armenia, de la cual obtiene todo, desde la identidad hasta los recursos económicos en una experiencia única iniciada tras la sangrienta guerra que libró por su independencia con el vecino Estado de Azerbaiján entre 1989 y 1994.
Estar aquí es cruzar del otro lado del espejo donde el revés puede ser lo correcto. Nagorno es una anormalidad que expresa su bandera, entre lo que es y debería ser. El paño tiene los colores rojo, azul y naranja armenios pero en una esquina hay un triángulo partido separado por una línea blanca como aguardando la hora en que encaje en la figura.
Hace demasiado poco que la guerra cruzó estas calles. No se notan tanto las huellas del conflicto en la capital Stepanekerth, pero sí mucho más en la segunda ciudad del país, Sushi, que concentró buena parte de las acciones militares, especialmente en los años 91 y 92. Hay edificios en ruinas, quemados y destruidos por la violencia de las batallas. Una mezquita de más de un siglo de existencia, la única en el lugar, está en ruinas, con sus dos minaretes destruidos y apenas defendida por una placa que la anuncia como museo. Pero ya no hay musulmanes en la región, la religión de los azeríes, y que convivían perfectamente antes de las hostilidades con la comunidad cristiana mayoritaria local.
Kegan Musheim, el chofer y guía de los periodistas, un militante del Consejo Nacional Armenio y a sus veinte años ex combatiente en ese conflicto, recuerda que el choque se estableció cuando agonizaba la Unión Soviética. Nagorno Karabaj o República de Artsakh era una de las 15 provincias del reino de Armenia que rigió el lugar desde dos siglos antes de Cristo. Después de la Revolución rusa y pese a ese linaje, el régimen de Joseph Stalin decidió inopinadamente que el Oblast (región) autónoma de Nagorno Karabaj con una mayoría de 94% de población armenia pasara a formar parte de la república soviética de Azerbaiján. Cuando la URSS entró en su decadencia definitiva, en 1988, el pueblo de Nagorno demandó la salida de la órbita de Azerbaiján para integrarse a Armenia. Pero ese paso fue el umbral de la tragedia. El Congreso azerí negó esa posibilidad, la tensión creció, y cuando se desintegró el mundo soviético y era inevitable que Karabaj decidiera su destino, Azerbaiján invadió la región.
Tras casi cinco años de guerra con enorme participación de Armenia y que dejó un saldo de más de 30 mil muertos en ambos bandos, el enclave se declaró independiente a la espera de integrarse a su madre patria. Pero todo quedó en un limbo. El conflicto técnicamente no terminó. Apenas se acordó un cese del fuego que aún sigue como un leve hilo que sostiene este armado con un puñado de países, el llamado Grupo Minsk que observa que no se reanuden las hostilidades. Pero hay combates constantes. A mitad del año pasado hubo centenares de muertos en la frontera común, y en octubre las antiaéreas azerbaiyanas derribaron un helicóptero de entrenamiento armenio matando a toda su tripulación. El país sigue en pie de guerra, como sostiene el presidente Bako Sahakyan. “La amenaza es constante”, le dice a Clarín en su oficina de la jefatura de gobierno en Stepanekerth. La llamada “línea de contacto” que es la frontera del enclave con Azerbaiján es una de las zonas más militarizadas del mundo.
Nada sin embargo, está a la vista. Este periodista ha regresado después de unos años a la región y la diferencia es notoria. De la aldea que era, se avanzó a una ciudad moderna en su capital donde casi no se ven militares ni se percibe la tensión que late bajo la superficie. Pero Sahakyan admite que por la anormalidad que viven están “impedidos de acceder a los organismos internacionales de crédito”, a las inversiones privadas o a cualquier otro sistema fuera de las vías de asistencia. Cuando se le pregunta qué pasos restan para que la región, embotellada dentro del territorio azerí, avance a una integración con Armenia y se acabe con este disloque, sostiene eludiendo otros comentarios “que aún no es tiempo”. Sucede que un paso de esa índole desataría un caso bélico que rompería tanto los acuerdos de Minsk como el endeble cese del fuego vigente. Frente a la amenaza de ese horror sólo queda este singular limbo de una nacionalidad que no es atrapada en un barril de pólvora.